Odio sentir constantemente en mi oreja el zumbido de algún mosquito veraniego que decide revolotear por las cercanías de mi cabeza mientras estoy intentando dormir.
Odio que no exista la manera de repartir equitativamente los tres gustos que elijo para componer mi cuarto de helado, provocando que me pongan siempre muy poquito de un gusto, más o menos de otro y mucho del restante.